martes, 23 de noviembre de 2010

Vicente Lewis, el poeta maldito

Hogar de Vicente Lewis. 12 p.m. Hora de la inyección de morfina.



Señor Lewis, su reputación lo precede. Se le ha otrogado a usted el para nada despreciable título de poeta maldito ¿Qué se siente ostentar semejante denominación?

Se siente... como una gota de Jack Daniels en la axila derecha... Es justo que me llamen así, mi obra y mi biografía son "malditas", están cubiertas de una sombra densa... Nací condenado, loco.





Vicente Lewis, con la mente en blanco.

Descríbame en pocas palabras sólo las cosas buenas que le vengan a su mente acerca de su madre.

¿Mi madre?

Sí.

Le hablaré sobre mi madre... Ella me leía cuentos de Perrault y Andersen todas las noches y ponía un osito a mi lado, pero no era cualquier osito, era un osito maldito.




Vicente Lewis, leyendo su poesía en los Jueves Funestos




Hábleme de su infancia.

Bueno, crecí en los Alpes Suizos... relojes, sopa y chocolates nunca me faltaron. Mis viejos tenían sangre azul ¿Viste? Eran re importantes porque... ah sí... tenían un montón de propiedades en Ginebra... Un montón de guita... Yo iba de acá para allá con un trineo, me había encariñado tanto con él que hasta le puse nombre y todo ¿Viste? le decía Rosebud... sonaba medio andrógino y eso me gustaba. Fueron los días más felices de mi vida hasta que ellos se cagaron muriendo en la famosa avalancha del '63. Un desastre. Lo positivo fue que heredé una tonelada de dinero, la condición para obtenerlo era venir a Córdoba para hacerles companía a unas tías solteronas.

¿Su adolescencia fue tan lóbrega como sus años tiernos?


Sí, una bosta. Estar a la intemperie de la nieve y mi mala posición al montar el trineo en Suiza me dejaron como saldo una escoliosis espatonsa. A eso sumale que de chico no me gustaba la leche... tenía los huesos de una vieja de 83 años ¿Viste? Y bueno, para evadirme de toda esa mierda me refugié en la literatura y en las drogas. Sobre todo en las drogas. No le hacía asco a nada, una vez mi tía Amalia me encontró untando una tostada con Cif... Pero por suerte estaban los brolis que me salvaban la vida... Bodeler, Pou, Morrison, Bucosqui, toda esa onda me re iba y me daban ganas de ponerme a escribir ¿Viste?
 

Vicente Lewis mostrándole a una groupie de turno cómo compone sus versos





Recuérdeme su primera publicación.


Bien... tenía la loca idea de sacar un libro llamado I just called to say hija de puta. Eran relatos, poesía y fotos... estaba impreso en formato triangular, con portada de alabastro, señaladores de terciopelo y páginas de cuerina mate. Saqué unos 1.000 ejemplares... No me quedó un sope. Dilapidé toda mi fortuna familiar en un libro inclasificable. Soy re loco ¿Viste? Y bueno, así somos los artistas de verdad, no nos importa un carajo la plata... Más adelante me las vi negras cuanto tuve que empezar a fiar la cocaína... para colmo se re aprovechaban que yo inhalaba cualquier cosa que fuese blanca y estuviese en polvo y me encajaban cualquiera... Uh, después tuve que pedirle plata a mis amigos, huir de los dealers... soy re maldito...








Vicente Lewis explicándole a su tía Amalia qué hizo con toda la mosca

 



Sin Embargo, Señor Lewis, no todo es desdicha en su vida. ¿Con cuántas mujeres se acostó por su fama de poeta? 

No llevo la cuenta. No, mentira, la llevo. Me acosté con 1.011 mujeres y algún que otro tipo afeminado. Eran verdaderas cosechas literarias... libro que sacaba, centenares de mujeres que me agarraba... Cuando me quedé en pelotas mis amigos me hicieron la gamba y pude seguir publicando... Saqué La psique de Van Damme con la que pude acceder, entre otras cosas, a unas bragas quinceañeras... El Hedor de Pablo Rago con el que perdí mi virginidad anal... Las muelas de Alica Bruzo con el que llegué a las 500 minas volteadas... Pero eso no tiene importancia, nada llega a aliviar este sin sentido que es mi existencia, viejo. Estoy acabado. Necesito un montón de pastillas para seguir vivo, me tienen que bañar, mi tía Amalia me paga el alquiler en este sucucho... 

¿Sucucho? ¡Este lugar parece el castillo del Drácula de Coppola! 

Sí. Pero no tengo Direct TV, man. Yo soy muy fifí... ¿Se puede vivir así? ¿Eh? ¿Se puede?












El Siestero de Rafaela. 24 de Junio de 2009.

martes, 16 de noviembre de 2010

Dale que tengo una cámara inalámbrica

Manuela Velasco se burla del espectador medio. "¡Espectador medio! ¡Leru, leru!"


Cuando el cine hispanoparlante se apropia de géneros que no le pertenecen, los resultados varían de lo aceptable a lo muy malo. Claro, éste último es el más frecuente. Pero no por reiterativo va a ser rechazado, existen desprevenidos que caen una y otra vez en la misma red: "¿Viste El Orfanato? Es genial, parece yanqui pero es española". Los ejemplos se amontonan como Tampax en un colegio de pupilas.


Bueno, la película en cuestión ([Rec], España, 2007) toma varios tópicos vistos unas trescientas veintiocho mil veces por el espectador medio, conveniendo que el espectador medio no es un amante del cine sino alguien que ve una película de vez en cuando porque afuera está lloviendo, se canceló la picada con los chochamus o esta noche no puede salir porque mañana hay que votar. Dudo que a esta altura alguien que haya visto más de dos películas de terror en su vida se asuste con una película llena de chanes. Tiburón ya se hizo en el '75, fiera.


La cinta dirigida por dos (¡dos!) personas nos cuenta cómo una reportera (interpretada por la muy comestible Manuela Velasco) y un camarógrafo se ven involucrados en sucesos pseudofantásticos donde no faltarán los sustos y las corridas. Obviamente, todo esto será registrado por una cámara temblorosa e irritante. ¡Pero vaya! ¡Qué idea tan novedosa! Es medio parecida a The Blair Witch Project, pero bueno, ¿quién mierda se va a acordar de una película del '99?

Amparándose también en el desmemoriado público, los protagonistas descubren una cinta donde "Un Profesor" aclara cómo viene la mano en su bitácora. Sí, lo que Sam Raimi usó como chiste en Evil Dead 2 (1987) se repite 20 años más tarde como algo denserio.
¿El final? Todos los personajes mueren, pero la humanidad evita una epidemia de la concha de la lora. Bien por la humanidad.

Una virtud: quizás esta gente haya tenido buenas intenciones y creyeron estar descubriendo la pólvora.
 

Un pecado: con buenas intenciones no hacemos nada.

Tetas mostradas: dos y no las que queríamos ver.

Niñas poseídas/infectadas: dos.

Sangre derramada: tres litros y cuarto.

Veces que alguien dice "hostia": 138.

Policías parecidos a Borat: uno.

 
El Siestero de Rafaela, 6 de abril de 2009.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Alguien tiene que hacerlo


El 2 de mayo de 2008, Julia Pettinari fue encontrada sobre la alfombra verde manzana de su cuarto con varias puñaladas en el torso, violada con su propio instrumento (un contrabajo) y con las muñecas serruchadas. El comisario Benavides no pudo evitar llorar como una abuela cuando vio el cuadro, pero logró articular primitivamente: “Necesito al mejor trazador, llamen a Notch”.

De un taxi descendió una figura oscura y apacible, abrigada con un sobretodo y un sombrero de ala ancha. Se detuvo un breve pero eterno lapso a contemplar la ventana de la habitación iluminada donde el mal se había hecho presente. Le abrieron la puerta a la velocidad con la que alguien que padece de gastritis toma un vaso de yogur. Ahorrando preámbulos innecesarios, signos de la maldita buena educación, Notch le preguntó a la dolorida madre de la víctima:

–¿Cuál es el segundo nombre de la muchacha?
–Teresa –sollozó la menopaúsica.
–Es un nombre hermoso –decretó Germán Notch, el trazador.

Con toda la paz del mundo, Notch subió los escalones que conducían a la delicada pieza del flamante cadáver sin manos. Entre los escalones diecisiete y dieciocho, abrió su abrigo victoriano, dejando a la vista un set de tizas de distintos tamaños y formas. Admirando el empapelado color pastel de la casa, seleccionó una tiza 45CH de la firma Chalks & Chalks, blanda y de mediano grosor. Un grupillo de policías le pisaba los talones con entusiasmo.

Ingresó en los aposentos de Juliana, sacando de uno de sus tantos bolsillos el cd de la banda de sonido ganadora del Oscar en 1978, Midnight Express de Giorgio Moroder, y le ordenó a un suboficial su inmediata reproducción. Con la parsimonia con la que un cazador de leones aplastaría a una vaquita de San Antonio, Notch comenzó a recorrer el grato, aunque incompleto, cuerpo de Julia con la tiza elegida. Como era su costumbre, siempre empezaba por el cuello, una especie de fetichismo inconsciente derivado de la ya superada obsesión de Notch por una señorita a la que tuvo que practicarle traqueotomía en 1987.

Los novatos uniformados trataban de no pestañear para tener marcado a fuego en su memoria un contorno del eximio perito. No era para menos, Notch fue el encargado de dibujar la silueta de cadáveres tan ilustres como los de René Favaloro, Cristina Lemercier, Gianni Lunadei y, recientemente, el de Heath Ledger, cuando estuvo de gira en los pagos del Tío Sam.

¿Que cómo llegó tan lejos? En la víspera de su cumpleaños número veintisiete, su madre lo amenazó con no mantenerlo nunca más. Tenía dos opciones: delinquir o ingresar en las fuerzas policiales. Fracasó en lo primero, porque era muy lento para correr y le disgustaba usar las pantimedias como máscara.

En sus primeros años como policía, se sintió como pez en el agua: se dedicaba principalmente a violar a los reclusos menores de edad y a pasarle pomada a los borceguíes del comisario. Pero, luego de doce años, comenzó a sentir un enorme vacío en su alma y decidió ingresar a los cursos de postgrados de Macramé y Tizas Pastel impartidos por el suboficial Néstor Arrestiagui. Fue entonces, a los 39 años, que descubrió su razón de ser: el trazado de cadáveres.

Sus primeras asignaciones no le resultaron nada fáciles, e incluso había mucha gente que dudaba de su talento. Tuvieron que asesinar a un obeso con escoliosis al que le faltaba una pierna para que Germán demostrara su aptitud, ya que sus colegas no pudieron completar el trabajo por considerarlo “el contorno más caprichoso con el que jamás se habían enfrentado”. Notch lo trazó con una sensibilidad a la línea que conjugaba el clasicismo con un vago aire vanguardista. El resto es trillado (dinero, fama, groupies, incertidumbre, adicción al láudano). Después de un largo laberinto pudo encontrar el sosiego, el perito ya peinaba canas y podían atribuírsele a él las palabras de Bjork: “Lo he visto todo”. Cerró la línea del cuerpo de Julia Pettinari en su tobillo izquierdo sin mostrar ningún sentimiento de naturaleza humana.

–¿No lo firma, Maestro? –preguntó uno de los cabos. –No, pibe –respondió Notch con pesadumbre, mientras se incorporaba y sacaba un cigarrillo. Lo encendió y, después de una seca, agregó: –Cuando ves a una mina que te mueve el piso en la parada del bondi, ¿le ves la firma al costado? Cuando te pedís un lemon pie en el bar, y su sabor es sublime, ¿le ves la firma? Las cosas más bellas del mundo no llevan firma, papá.



El Siestero de Rafaela. 14 de Junio de 2008. Sección "La Rafaela Noir que no queremos ver"

lunes, 8 de noviembre de 2010

Jesús Ochoa, narcotraficante

por Joe Mantegna











Bar “La Gloria”, Rafaela, Santa Fe. Este fue el lugar elegido por mi entrevistado, que llegará en unos minutos. Me adelanté un poco para prepararme psicológicamente, ya que el hombre que espero tiene la simpatía y la benevolencia de Jack Nicholson en El Resplandor. Su nombre, Jesús Gonzalo Diego José María Ochoa Chumbitaz de las Alturas Páez, inspira tanto respeto como temor, y es una de las personas más buscada por el FBI y por algunos videoclubes. Se lo declara culpable de asesinato, robo a mano armada a ciudadanos, bancos y correos, robo de objetos sagrados, incendio de una prisión estatal, perjurio, bigamia, abandono de su mujer e hijos, incitación a la prostitución, secuestro, extorsión, aceptación de objetos robados, venta de objetos robados, uso de dinero falsificado, utilización de cartas marcadas y dados alterados, asalto a un juez de paz, violación de una virgen de raza blanca, violación de una menor de raza negra, descarrilamiento de un tren para robarle a los pasajeros, detención y venta de esclavas sexuales. Además, es el distribuidor de drogas no recetadas número uno del hemisferio sur.

Me sorprendo al verlo llegar, esperaba un mestizo de un metro sesenta con andar rapero, lentes de sol, una de esas barbas imposibles de tres milímetros de espesor, pantalones blancos, camisa hawaiana de mangas cortas, un reloj de oro de dos kilos; acompañado por alguna vedette argentina y dos ex convictos con cara de bulldog. En su lugar, se asoma por la entrada del bar un chicano obeso de un metro noventa, un tanto rengo, con mostacho poblado, una camisa de mangas largas con estampados antárticos, un pantalón Gucci negro; apoyado en un bastón de caña de Indias, totalmente solo. Se sienta con desazón y le ordena al mozo un Sex on the Fiat 600. Yo pido un Cuba Gooding Jr.


Empecemos con esta farsa (se rasca la papada).



Hábleme un poco de sus orígenes.


Nací en Jaltomate (México), mi madre era una gran actriz del cine mudo mexicano, María Celeste Angélica Cruz de las Alturas Páez. Ella tenía una mentalidad muy liberal para la época, tenía simultáneas parejas , todas del mundo del espectáculo azteca. Fruto de la unión con uno de sus amantes, nació Emilio Florindo Manuel. Como dije antes, mi madre no tenía ningún tipo de tabú, y convirtió a Emilio en su amante cuando este cumplió once años. De aquella unión nací yo: Emilio es, a la vez, mi medio hermano y mi padre. Cuando cumplí la mayoría de edad mexicana (34 años), estaba ávido de aventuras y emigré ilegalmente hacia Argentina en un cajón de palta. Elegí este país porque siempre me atrajo su cultura, sus costumbres, el tango, Borges, Fangio. Pero más que nada, Susana Traverso… (suspira con melancolía). Empecé trabajando como repartidor en la pizzería Parra, un sucucho en el que vendían pizzas a unos precios exorbitantes. Mi jefe, Juan Carlos Heredia, me pagaba 10 australes la hora. En Parra trabé amistad con el pizzero Francisco Ibáñez. Éramos jóvenes y soñadores, íbamos a todos lados de reventón, divagábamos mucho, yo le hablaba de una teoría muy compleja que tenía en ese entonces y que aún sostengo: “Todo tiene que ver con todo”. Pancho me escuchaba con atención, un gran tipo. Fue una gran influencia para mí, a él le copié los bigotes. Bien. En uno de mis deliverys tropecé sin querer y se me cayó la caja de pizza por el suelo (este fue un momento decisivo en mi biografía, análogo al de la manzana de Newton y al del barrilete de Franklin). En el suelo habían quedado desparramadas la pizza, la caja y… unas bolsitas de dudoso contenido. Me llamó poderosamente la atención. Cinco años más tarde me enteré que eso era algo llamado droga, y que era una sustancia o preparado de efecto estimulante, deprimente, narcótico o alucinógeno. Consciente de los riesgos que corría, presioné a mi jefe para que me diera un porcentaje de las ventas. Éste se negó. Obligado por las circunstancias y ayudado por Pancho Ibáñez, maté a mi jefe y me quedé con su negocio y su mujer (la Susy, una morena curvilínea que me recordaba a la Traverso).

Ochoa en la Playa Franca.


¿Cuáles fueron sus influencias?


Me afectaron más que nada personajes ficticios, casi todos del mundo del celuloide. Le puedo nombrar a Tony Montana, Carlito Brigante y Michael Corleone.




Ahá, usted es un admirador de Al Pacino…


¿Quién?




No importa... ¿Cuáles son sus clientes fijos?


A mi amigo Pancho Ibáñez le vendo kilos y kilos de alucinógenos que él utiliza para mezclarlos con leche y azúcar y venderlos bajo el nombre de Actimel. Bueno, como todos sabemos, Charly García todos los meses hace “La Fiesta de la Heroína” y yo me encargo de proveerle la sustancia, las jeringas (no quiere que nadie las comparta, por el tema del SIDA, Charly es muy cuidadoso en ese aspecto) algo de blanca, unos porros, Flin Paff, galletitas Oreo, muñecas inflables, pastillitas D.R.F. de sabores varios, caramelos Media hora, Saladix Mexican y varios esclavos sexuales de trece años (su edad favorita). Hasta hace poco le vendía toneladas de cocaína a Andrés Calamaro, tenía una cuenta corriente con él. Pero el muy cabrón no pagaba a tiempo por eso decidí cancelársela, y le empecé a vender de contado. Sus compras dejaron de ser tan titánicas como en otros tiempos (sus últimos álbumes no vendieron un carajo). Hará cosa de unos quince días me enteré que ahora le compra a la competencia (el narco, ex actor, Norman Briski). Me enfurecí tanto que, cuando mis muchachos encuentren a Calamaro, (agita un puño) le van a hacer la corbata siciliana (se realiza una incisión al cuello y se saca la lengua por allí a modo de corbata), así me saco todo la bronca, además me desagradan en demasía su voz, sus letras, su música, su persona y, sobre todo, la gente que lo escucha. Y de paso le hacen la corbata a Emmanuel Horvilleur, qué tanto. Sólo por diversión. Se me pianta un lagrimón cuando recuerdo a un ex gran cliente fijo, el fallecido conductor de televisión Leonardo Simmons, un gran consumidor de LSD. Estaba en la onda del verano del amor, Janis Joplin, Jimmy Hendrix, Los Chalchaleros… Se suicidó cuando se enteró que todos ellos se habían disuelto… en ácido. Y bueno, para qué le voy a andar con rodeos, no hay kiosquero que no pruebe cada tanto un Bubaloo. Si no entiende la indirecta, quiero decir que cada tanto hago un sondeo de calidad en carne propia… O sea, cada tanto consumo… Yo… Mi propia mercancía… Que es droga…


Además del mundo droguil, usted se ha movido en otros círculos… ¿cuáles han sido?


Qué bueno que me lo pregunta, porque quería dar a conocer mi lado artístico. Con gran parte del dinero que hice con la merca, produje numerosos filmes aptos para todo público. Claro, siempre fui cuidadoso de usar diversos seudónimos. Es un negoción porque muchas estrellas aceptan el oro blanco como parte de pago. Y, en las vacaciones de invierno, la levanto con pala. Te confieso algo: hago más dinero produciendo películas que traficando. Pero soy un romántico, el día que haga esto por dinero me suicido. Bueno, volviendo al tema, en el mundo del cine yo incursioné en diversos géneros cinematográficos que no habían sido abordados hasta el momento, es decir que los creé, que los inventé. Cuando produje Liberen a Willy, estaba dándole una novedosa vuelta de tuerca al género “Animalito simpático se integra a la sociedad de manera productiva”, mal desarrollado en productos como Lassie y Flipper. Este género me dio muchísima guita, con la franquicia de Liberen a Willy me compré una mansión en Ibiza y la esclavitud de Madonna por siete meses, entre otras cosas. Luego vinieron Fluke, Paulie, Canguro Jack y un obsceno etcétera. Pero no me dormí en los laureles, también di a luz al género “¿Qué tiene de malo salir con una puta?”, con películas como Mujer Bonita, La Femme Nikita y Carrozas de Fuego. Y, por último, pero no menos importante, mi preciadísimo descubrimiento del género “Yo les voy a dar una lección a éstos” con cintas como Al Maestro con Cariño, Cambio de Hábito, Mentes Peligrosas, El Sustituto, Escuela de Rock, La Sociedad de los Poetas Muertos y la poco comprendida Cambio de Hábito 2.




Su vida amorosa ha sido muy convulsionada…


No quiero hablar de mi ex-novia epiléptica.




Hábleme de sus proyectos.


Estoy creando una red de distribución que abarcará prácticamente a todo el hemisferio sur. Y remándola todos los días para que mi negocio sea algo tan legal como el abuso de poder, la humillación, la desesperanza, la soledad y el dolor. También estoy produciendo un film de tres horas y media de duración sobre mi vida. Contará con las actuaciones de, Natalie Portman, Celeste Cid, Liv Ullmann, Julieta Díaz y John Leguizamo en el papel principal.




El Siestero de Rafaela, 20 de Junio de 2008


miércoles, 3 de noviembre de 2010

Perfiles

Elisa Scarchilli, un ángel con las alas rotas



El año: 1982. El lugar: Rafaela, Santa Fe. El contexto histórico: las tropas del teniente general Leopoldo Fortunato Galtieri ocupan las islas Malvinas mientras en Estados Unidos se estrena Blade Runner y en Suecia Fanny y Alexander. El suceso: El empresario lácteo Luciano Scarchilli se aparea con la por entonces ignota Mercedes Morán y se gesta en su vientre Elisa Scarchilli.



La pequeña Elisa, o Leli, como la llaman en el jardín de infantes, se aburre en el arenero, odia las figuras geométricas de madera pintadas con colores primarios y encuentra poco interesante el sabor del mate cocido. Prefiere el cine de Tarkovsky y la danza butoh. Desecha a Pipo Pescador y opta por Tangerine Dream. Sus compañeritos les piden a sus papás libritos de cuentos de Sigmar. Ella les pide algún compilado de las obras de Escher, si puede ser en tapa dura.



En la primaria, decenas de doceañeros se sienten atraídos por una diminuta Scarchilli de seis años. La perturbadora belleza que la acompaña toda su vida brota junto a un ego directamente proporcional. A los siete años su tío le hace escuchar The Beatles. Elisa piensa que es fácil decir “Todo lo que necesitas es amor” cuando se tiene una cuenta bancaria como la de Paul McCartney. A los 8 añitos se niega a sentarse al lado de un compañero que gustaba de ella por considerarlo vulgar, mal aseado, genéticamente imperfecto y espiritualmente vacío. Es el primer rechazo de miles. Nueves años después, en la fiesta de egresados Elisa se presenta con un vestido de Jean-Paul Gaultier que deja su gloriosa espalda al descubierto. Provoca tal excitación entre la muchedumbre que es violada en el baño por su profesora de educación física.


Pero no sólo la sensualidad y la erudición eran rasgos inherentes a Scarchilli, la solidaridad ocupaba un lugar importantísimo en su lista de prioridades. "Gran parte del curso no podía financiar el viaje de egresados a Bariloche. Entonces Elisa rompió sus cuatro alcancías (una serie de esculturas en porcelana que representa a los tres cerditos huyendo del famélico lobo) y todos partimos a la provincia de Río Negro con sus ahorros" recuerda Rubén Barroso, un compañero de la secundaria rechazado un total de 14 veces por la joven Leli. Aburrida del esquí que ya había probado hasta el hastío en Suiza, se encierra en la habitación del hotel California con su notebook a escribir un guión cinematográfico. Lo titula Una inesperada y malintencionada visita al campo de cipreses del señor Monterrey y sus trágicas consecuencias. Elisa le vende el guión a Alejandro Agresti que lo filma y retitula como Buenos Aires Viceversa.


Siempre en búsqueda de nuevas experiencias, Scarchilli se alista al partido New Age. No es inusual encontrarla hablando por teléfono en gaélico con Enya o discutiendo sobre temas como el aborto y la legalización del crack en un pulido francés con Jean Michel Jarre. Entre las clases de equitación y ballesta, una curiosa Scarchilli fabrica en el taller de su padre una Kalimba con una batata seca que encuentra en el patio. Con sólo 19 años, Elisa le prueba al mundo que es la mejor kalimbista viva. Su cabello negro azulado y su sonrisa altiva son la carta de presentación de diez magníficos y precisos dedos que conquistan a la crítica especializada, que no tarda en coronarla como la Jane Austen de la Kalimba. Julia firma contratos millonarios con Sony Classical, RCA, EMI y Deustche Grammophon. Scarchilli también es fotografiada por varias revistas de interés general y eróticas (a veces sin su pequeño instrumento). Su popularidad es tan pegadiza que presenta la fragancia Kalymbuss con Christian Dior. Cuando esta doncella primaveral no está perfeccionándose hasta niveles patológicos con la Kalimba, se aboca de lleno al aeróbic, a los pilates y a la danza árabe. En cuanto a su vida social, muchos aseguran haberla visto de la mano de Lito Cruz (el que hacía del diablo en El Garante).


Muere el 27 de abril de 2008 a los 25 años por abrir la heladera descalza.



El Siestero de Rafaela, 1 de Mayo de 2008